martedì 25 novembre 2014

Con la excusa del tinto

    Te he esperado hasta última hora. Me traje la bufanda azul por si hacía frío y al final me la he tenido que poner. Porque se ha hecho tan tarde que el sol ha desaparecido por detrás de los edificos, lento y rosado. Sentada en la acera me ha parecido entreverte en medio de la gente que caminaba rápido hacia sus casas. Ahora tendré que inventarme una excusa, porque no volveré a tiempo a la mía. Eras la barra de pan que he bajado a comprar, y una botella de vino, para celebrar mis patrañas delante de otro.
   Una hora entre ir y volver, dije, pero lo tenía todo preparado ya. Debajo de una manta, en el coche, hacía varias horas que se escondían la botella y el pan. A media tarde, sedienta de ti, le he hecho creer que hubiera dado mi vida por cenar con un tinto. Y muy cerca de casa, dos esquinas más allá, me he sentado en la acera a esperarte.
   Se me han enfriado las manos y los labios. La lengua me sabe a mentira, la que escupiré convencida en el suelo del pasillo, cuando me invada el calor de casa atravesando la puerta.
   Lo miraré a los ojos, valiente y falsa, con la bolsa de plástico entre las manos, y le diré que estaba cerrado y tuve que ir más lejos. Me dolerá el corazón por el daño invisible, por la ausencia de amor que nos corroe día tras día.
   Y sé que nos beberemos la botella, que nos comeremos el pan sonriendo. Luego, tal vez, incluso hagamos el amor, un poco borrachos fuera y tristes por dentro. Mientras lo beso con los ojos cerrados y pienso que sus labios son los tuyos. Dejando que me disuelva el sueño entre las sábanas. Cansada de esperarte a escondidas, de no poder respirar en el mismo centímetro de aire acurrucados en algun portal, de comprar vino como excusa y brindar a la salud de un amor que no existe.

   Aunque ya se que cuando tú me lo digas volveré a inventarme un pretexto para robar unos minutos a la vida y regalártelos en una calle cualquiera. A engullir una vez más las migas resecas que nos dejamos el uno al otro porque es mejor que pasar hambre. Cuando tú me lo digas volveré a sentarme en una acera fría a devorarme las lágrimas y a envolver mis tristes mentiras con tu bufanda azul.

martedì 18 novembre 2014

Il morbo di Alois A.


Cammina piano, dondolandosi. Ciabatte nei piedi e una camicia aperta e sporca di caffè. Lei  gli viene incontro per la strada, camminando leggera nonostante il peso e l’età. Vestita con una camiciola stampata e scarpe basse,  come solo la fretta ti lascia fare, senza tempo per lo specchio o il pettine.
  Lui con i passi di chi non sa dove va ma si porta nella mente una lucina, la certezza che la persona di cui non ricorda il nome è la sua salvezza.  Chiede da dove arriva, dice che era da solo ed è uscito a cercarla. Con le mani in avanti, un po’ cercando altre mani, un po’ per mantenere l’equilibrio. Gli occhi persi per metà in quelli di lei, per metà nell’aria.
   Lei risponde paziente: “Te l’avevo detto che uscivo e tornavo in fretta. Dovevi aspettarmi.”
   “Ma tu non c’eri” dice lui con ostinazione.
   E la donna, con quell’amore infinito che non si distrugge nemmeno nei tempi peggiori, lo prende sotto braccio e dice: “Andiamo a casa”.

   Si allontanano così, attaccati. Passano al mio fianco, lasciando dietro di se l’essenza stessa della sofferenza, l’odore di clausura e di zuppa, il profumo amaro che fissano le pastiglie sulle mani. L’alito dell’amore che viaggia in una sola direzione. Delle emozioni confuse che vivono in un altro universo ma non per quello meno intense.  

  Cerco d’ immaginare, perchè so già della vita di altri, il principio di tutto. Lui, che non ha mai dimenticato niente, perde ricordi goccia dopo goccia. Lui, pacato e silenzioso, che la insulta a spintoni. Che un giorno, seduto sul divano, decide di morsicarsi i polpastrelli delle dita fino a farli sanguinare.  Ma non è l’inizio della fine. E’ l’inizio di una nuova vita.


  Li guardo mentre girano l’angolo. E penso che essere coraggiosi non è quello che vogliono raccontarci, ma questo.  La difficoltà non è nel poter essere liberi.  La scelta più coraggiosa, quella più difficile, è restare.

venerdì 14 novembre 2014

La enfermedad de Alois A.


 Camina despacio, balanceándose. Alpargates en los pies y una camisa abierta sucia de café. Ella vuelve calle abajo, caminando ligera a pesar del talle y la edad. Un blusón de flores y unos zapatos sin tacones, vestida como sólo la premura te deja, sin tiempo para el espejo o el peine.
 Él se mueve con los pasos del que sabe que en esa dirección está su refugio. Cuando la ve le pregunta de dónde viene, dice que estaba solo y salió a buscarla. Las manos hacia delante, un poco buscando las otras manos y un poco por mantener el equilibrio. Los ojos perdidos a mitad entre los de ella y el aire.
 Ella responde paciente: “Te lo dije que salía y volvía enseguida. Que me esperaras.”
 “Pero tu no estabas”, dice él obstinado.
 Ella, con ese amor infinito que no se destruye ni en los tiempos peores, lo coge del brazo y dice: “Vamos a casa”.
   Se alejan así, agarrados. Pasan a mi lado dejando tras de sí la esencia misma del sufrimiento, el olor a clausura y a sopa, el perfume amargo que fijan las pastillas en las manos. El aliento del amor que viaja en una sola dirección. De las emociones confundidas que viven en otro universo pero no por ello menos intensas. 


 Intento imaginarme, porque ya sé de la vida de otros, como empieza la historia. Él, que nunca olvidaba, pierde recuerdos gota a gota. Él, pacifico y silencioso, que la insulta a empujones. Que un día, sentado en el sofá, se mordisquea las yemas de los dedos hasta hacerlas sangrar. No es el principio del fin. Es el principio de otra vida.
  Los miro mientras doblan la esquina. Y pienso que ser valientes no es lo que nos quieren contar, sino esto. Que lo difícil no es poder ser libres. Lo más dificil, lo más valiente, es quedarse.